Redúceme, reducción.


¿Cómo saber que hoy es jueves? ¿En qué se nota? Ignoraba el método. No le costaba nada decir: «Bueno, el jueves a las cuatro», pero no sabía reconocer ese momento privilegiado en medio de la homogeneidad del desarrollo temporal, en la que no se desencadena ninguna señal para avisarnos de los «ahora».


Christiane Rochefort, 1958.





Avisa de cuando sera ahora, porque me voy, nos estamos yendo, haciendo giros, incluso girando: con-centro. Revuelto el asiento, uno se sienta -al menos con ello lo trata- y de repente se pregunta que cómo saberlo. Señalar un terreno: ése, por ejemplo, ése de adentro. Pero de repente una caquita que se para, separa adentros. Inducción, ¿por qué no? Se diría de lo abyecto un poco más adentro, casi (a lo) siniestro. Una capa está bien, que no haya fueras, que no los haya porque el toque de queda no me hace nada, ni más nervioso ni más atento: no reduce cuanto queda. 

¡Ja!, cuanto menos, se diría, una sirena.

Y sí, lo sé. Casi siempre se tiene razón: sé de la alerta (ésa) roja en el balcón, balcón de las afueras, que a través de mi terraza y hasta la persiana se entrecorta, se entrecorta luz para decir: decir tanto un hola como un vete ya. Algo, sí. Tiene sed, tiene algo de enser in-concluso. Se oye pero no se escucha, todo el mundo sabe, pues en mi país el mismo gesto anuncia tanto la llegada como la retirada. Nota requerida. No se pueden destilar, por más que queramos, las pómporas de las pompas, qué cena de traje y qué vestido para un descosido. Otra nota re-querida. 

Amantes digestivos, ¡mierda!

De vientre, de vientre te decías: ¿cómo así que las campanas dónde? Porque lo siento, les debo tanto, tanto... que tomar tanto café derriba el estómago y uno ya no sabe lo que hace ni debe hacer: incluso envejecer. El protector estómago hace efecto, hace efecto porque ya no suena. Te puedes convertir en casi cualquier cosa, evolucionar. 

De esta búsqueda incontinente ya casi no nos queda más terreno que hacer de él un placer, o dos, o tres, hacerlo continente y de paso, incontinencia. El pis que se queda, la enagua y el retorcijón nos linkean como ese tipo de sospechosas criaturas de salón, de la foto en el salón. El placer que ensueño y la solicitud llevada… ¿a dónde? 

A término.

Termino al tomar posición, tomar (dos) tiempos, tomarse a sí, en serio. Pedirle a la reducción demasiado no es querer ser ambicioso si además lo sabemos: la cicatriz ya nunca será una misma, será una otra. Tómate tiempo y en ello, tomar la luna: no amanezcas, amanecer. Nota requerida. Solicitarse ahí, de entre los impulsos, quedarse aquellos certeros. Pedir para todo, no paramos. Identidad, identidémonos: demuestra que no eres un robot. 

La verdad es el robot. Permiso, que cuerpo desea un deseo en silencio: qué va, deseo HD. Megáfono.

Y en estas que seguimos sin saber qué día, no es jueves, el avance se cuece. Desde luego, cómo adivinarlo entre tanta burbuja. Eso del des-tiempo (le) sienta muy bien, provoca adaptaciones, injertos megalíticos (y yo con ese megáfono llamando). Llama a quien no te llama, andarás carrera vana.

Adhesiones puerperales que se parecen cada vez más; concesiones higiénicas. No parece que andemos tan lejos del soma, si no se puede ya ni con el alma: algún que otro psico, algún triste trópico (requerido). Inventar al otro para así un deseo, un refrito, y base de refritos. Se termina rápido, a término rápido como tu base, terminal tres, mal viaje... qué solicitud en formato jota, pe, ge. Qué solicitud y menudo infarto, llegar a atracar y atacar con ataque reducción, así no se te podrá ver. La herida en el ojo es un ojo por ojo. 

Si es que de destellos ya se sabía, así no (se) puede, ¿me puedes? y como poder, sí mismo: re-poderse, re-volverse.