Encierro, Injerto, Invitación, Baño.


Imagen del proceso. Injerto doble. Alicia y Víctor.


Forma parte de la convención novelística no mencionar la sopa, el salmón ni los patos, como si la sopa, el salmón y los patos no tuvieran la menor importancia, como si nadie fumara nunca un cigarro o bebiera un vaso de vino.
Virginia Woolf, 1929.


Amasa. Amasa, aire, como queriendo incorporarse; aire, erguirse tras el resultado de la experiencia misma del tocar y ser tocado. Tocar, mover. Alicia. Alicia mueve cada acto de habla, y también lo remueve, pero ahí el aire, como queriendo zafarse. Así su trabajo. Así las cosas, así el baño. Convite al encierro en el baño.

Injerto doble es una acción llevada a cabo en la ciudad de Cuenca, en los domicilios de Alicia y Víctor. La primera ocasión tuvo lugar en el encuentro Pase Sin Llamar. Red de Casas Creativas (ver enlace) llevado a cabo por un colectivo de creadores, investigadores y artistas de la facultad de Bellas Artes de la Ciudad de Cuenca, en la UCLM. La segunda formó parte del seminario Hacer, sumar, desaprender, organizado por el departamento de Historia del Arte, también dentro de la misma facultad.

La acción consiste en una cita, su casa, una determinada hora, caer la tarde. En ese intervalo de tiempo los invitados timbran, alguien abre el portal sin el menor reparo y, una vez en la puerta misma ˗entreabierta˗ son conducidos por una mano enfundada hacia su interior. Esa mano es la misma que amasa, y me me suena, y que es plástica. Hay manos que encantan, índices de sus poseedores. Alicia, enfrascada en un hábito y hálito demoledor  ˗oscuro˗ con la suavidad de su roce conduce al interior: un enorme pasillo. Pasillo y paseo encendidos ambos, todas las puertas que alberga están cerradas. Muchos intentan abrirlas –fútil empresa. Otros, como fue mi caso, se dejaron llevar por ese estrecho paseo hasta que en el fondo se vislumbra algo, donde ella te deja a solas. Sí, ella te ha sugerido, sin hablar, sólo con su amasar, penetrar el espacio. Demasiado; es.

Una bombilla sujeta a un cable cae desde el techo hasta pocos centímetros del suelo. Tiene intención de señalar. Es extraña, ¿se ha descolgado? No hay nada más a su alrededor. Qué raro. Cegado por la luz, tras intentar descubrir la broma escondida en la bombilla -no hay broma, sólo un fogonazo- me doy cuenta de que el señuelo te lleva a una baldosa, ¡una baldosa! Y es que en ese suelo que es de fino parquet hay un trozo de otro suelo. ¿Cómo? Fin de la jugada. ¿Qué ha pasado? ¿De dónde viene?

Este Injerto doble, como su nombre indica, sugiere que hay un otro más. Una díada como todo naturalmente ocurre. La siguiente cita es en la hora siguiente y en la casa de Víctor. Allí, una historia parecida, diferente pasillo. Misma extrañeza. De nuevo la bombilla, y de nuevo el suelo, y en él, incrustado, un trozo del mismo parquet, en un suelo de baldosas. Este intercambio, o unión de hermanos, o conjunción, resulta tan exquisito como efímero ˗esperamos espectacularnos ante este tipo de citas culturales˗ y sin embargo el resto transcurre en lo que creemos ver, en nuestra mente, en lo que rellena nuestro interior. ¿La imagen termina dónde?

Qué poca cosa es el suelo y cuánto nos sostiene. En otras culturas hay que descalzarse. A mi me pasó. Muchos de los conflictos vienen por causa del fregar, pero pocos atentos a su propia materialidad. Un juego que resulta devolvernos, que propone un toque, una toma, una devolución al espacio. Tal vez a ese uso horizontal y bucólico del espacio que hace el bebé, caracterizado por su incapacidad motriz y sin embargo todopoderoso en esa perspectiva contraria a la erección [1].

Fue tras mi primera fascinación y posterior felicitación a ambos que fui invitado a una pequeña colaboración en la acción ya realizada en el marco del Hacer, sumar, desaprender (ver enlace). Como bien he dicho, todas las puertas del pasillo han de estar cerradas. El espectador es conducido a la luz. En este caso, el baño. Ahí debí quedarme durante el desarrollo de la acción, con la seguridad del pestillo cerrado. Ya nadie, por mucho que lo intentase, lo conseguiría -a no ser que hiciera mucha fuerza. En la anterior propuesta alguno lo intentó, poco podía ver, poco saciar: nula la recompensa. Pero ahora no habría escapatoria, nada motiva más que una puerta cerrada, y el resto de las habitaciones de los pasillos también selladas, flanqueadas por otros amigos de Alicia que compartimos semejante aislamiento. Una estética de lo cohibido. Lo cohibido de la casa, sus estancias.

Y fue así como esta foto documenta ese proceso maravilloso en que escuché a los invitados entrar en la casa, entretanto encerrado en el baño, durante una hora. Así muchos intentaban abrir la puerta ˗con la morbosa emoción que despierta˗ y mientras yo, en ese baño, dándome un baño. Hacía tantos meses que no lo hacía. Placer, ecológico. Unas velas y unas patatas fritas, un zumo de clementina y el ver mi cuerpo desnudo en una bañera tan diferente a la acostumbrada, que no tiene tapón -qué rabia, por cierto. Qué placer, sumergir la cabeza, qué goce, saborear mientras la friega. Las luces estaban fuera: alguna que otra vez, algún invitado encendido, algún enchufado, me la apagó. Quedaban las velas. Velada erótica. Erotismo injertado. Geranios, constipados. A casa con mi ya escaso pelo, mojado.

Gracias, Víctor y Alicia.





[1] Bueno, tanto las teorías de Jacques Lacan como Félix Guattari acerca de la aprehensión del espacio y la entrada al reino del lenguaje tienen que ver con las palabras que empleo. Robadas, recolocadas. Constante˗mente.