Artículo 7. Abajo, Firmantes, Inseparables.



Si cambiamos la conciencia, la realidad puede cambiarse desde dentro. Implicar a la conciencia es, a la postre, la manera de eliminar la distancia entre el arte y la vida.

Arthur C. Danto, 2005.


Abel Jaramillo y Margarita Fernández. Artículo 7. Vista de la instalación (fragmento).


Don Abel y Doña Margarita firmaron un contrato. Según la ahora célebre cláusula, el artículo número 7, «Los arrendatarios no podrán realizar en la vivienda arrendada ninguna obra sin que previamente y por escrito sea autorizado por el arrendador. Los arrendatarios quedan obligados al mantenimiento y conservación, y responderán así mismo de los deterioros de muebles y enseres».

Historia cercana en cuanto que casa, casa con aquello que nos rodea, pues sí, en algún momento de nuestra vida nos toca firmar. Reafirmar, casa. Salón. De hecho, a menudo lo estamos haciendo. Y tanto, tanto que se firma de manera cotidiana, tanto ˗nuevamente˗ que no sabemos ya qué lleva ese sello tan personal y qué no. Antes de la firma emerge la palabra pronunciada y raptada por el viento mientras en el pensamiento era propiedad, y sí… la firma se ha convertido en acepto, suscribo. Hipervínculo.

Es nada, unos segundos, y a la vez condena; sagradas y malditas, malditas escrituras de la casa. Moscas, la casa. No es más que un gesto aprendido en la infancia, escogido de entre el surtido de garabatos, pero repetido constantemente y después normalizado para atestiguar, reafirmar, y por supuesto serializar. En el sentido sobre todo de hacerse serio, claro. Claro.

Abel y Margarita, naturales de la provincia de Badajoz y estudiantes del cuarto curso del grado de Bellas Artes de la UCLM, como otros tantos hemos hecho alguna vez, han alquilado un piso. Con lo que conlleva de estreses y de conquistas, hasta que el piso de estudiantes se asienta. La conquista del salón es determinante entre compañeros, quien pase más tiempo allí, quien eleve más la tele, quien deje sus cosas a reposar día y noche, se hará con él. Es una conquista. Zona común. «Si consiguiera un piso sería maravilloso. No me importaría dormir en el suelo de madera o piedra, o de lo que sea. Sería genial. Y… bueno, no sé. Estaría tan feliz  que no sabría lo que hacer» [1], afirmaba la protagonista de Nido familiar, (1979) el film del cineasta húngaro Béla Tarr. ¿Nos suena? ¿verdad? Claro que sí, la casa es un derecho, lo dice el derecho y tenemos derecho a una vivienda digna. Dignidad afirmada por artistas como por ejemplo Martha Rosler (If you lived here, 1993) o Jesús Palomino (Abandonated Mattress, 2013) en sus obras y tantos otros artistas e investigadores que actualmente estamos trabajando con la experiencia del hogar. Hoy observamos cada vez más mermado el acceso a la vivienda, lo cual provoca un replantear del qué quiero y puedo hacer al margen de los surcos labrados por generaciones anteriores, en definitiva aquellas podían elegir el tipo vida a vivir. (A propósito el vídeo de Ana Esteve Reig, Futuro inmediato, 2012, clicar aquí).Todo uno da por hecho cosas (sostuve en un artículo anterior) que le rodean, le acomodan, no tiene que pensar en ellas; pero es el otro, desde su posición carente y ˗según el filósofo Michel de Certeau˗ sin lugar propio, aquel que ha de ingeniárselas, «hacerse valer de tácticas» [2] y apostar los medios a su alcance para «escamotear», en definitiva ganar tiempo a la estructura y por tanto sobrevivir, puesto que «lo que gana no lo conserva».

Y de conservas estamos hablando cuando Abel Jaramillo y Margarita Fernández nos están señalando algo, no sabemos bien, desde ese cartel de la exposición. ¿Es una implicación política? Mientras hay vida hay política. ¿Es una reivindicación? Sí, ¿pero de qué? Esa cláusula elevada a cartel nos extraña y nos conecta, y es porque, tal cual, han hecho aplicable la experiencia subjetiva del creador pero, ¿a quién? … ¿al espectador emancipado? [3]. Un acto de traslación (de lo privado a lo público) que viene a ser la esencia de todo acto comunicativo, y además, limando asperezas, esteticismos o, lo que es lo mismo: obstáculos. Regreso por lo tanto al «implicar a la conciencia» [4] propuesto por Danto, norte al que señalar al enfrentar el acto comunicativo, quiero decir, creativo.

Un enchufe, el mando del televisor, las llaves, un martillo, el sofá… todos enseres conocidos y de tan rutinarios, desapercibidos; pero ahí están. «¿Ves aquella lata? ¿La ves? Pues bien, ¡ella no te ve!» [5], resumía Jacques Lacan en uno de sus seminarios su teoría de la mirada. Sí, todos esos objetos están, por esta vez, además, en primer plano. No nos reclaman nada, no vienen a hablarnos nada más que de ellos mismos, es todo y muchísimo, y se nos presentan, se nos afirman. Desde aquí, sólo asociar. Veamos qué extraemos.

La sala (sala-salón) se ha dividido en tres áreas más o menos de un espacio similar y formalmente diferenciadas que albergan, para que de primeras nos entendamos, una serie de intervenciones en el espacio y/o instalaciones que responden a un ejercicio conceptual a partir de esta cláusula que a modo de juego conecta el salón con la obra, (¿No se pueden hacer obras en la casa? ¡Verás tú como sí!) con la conversión del propio salón de la casa en una obra, una obra digna por consiguiente de decorar el más majestuoso salón.

La primera zona se sitúa en el tercio izquierda según accedemos dese la puerta de la sala. En él observamos en el suelo el perímetro que ocupa el salón del contrato de Abel y Margarita, dibujado (o delimitado) a escala 1:1 con cinta adhesiva (precinto). ¿Dibujar o delimitar su salón? Dibujo y límite, sinónimos que el propio medio ha limitado, a la par que imitado. Sobre el hueco de este perímetro se erige una mesa con una serie de objetos inventariados en los que ellos en su naturaleza conviven con sus representaciones, fotografías y anotaciones en un mapa conceptual escrito con lápiz y relleno de anécdotas, post˗its que revelan la historia concreta, enamoramiento o afecto no hacia ellos, sino  hacia la historia vivida con ellos objetos. Son entre sujetos y objetos, sobjetos, como los denomina el escritor Vicente Verdú [6]. En la pared de esta parte de la sala observamos un cartel que a modo de pancarta nos alumbra la omnipresencia del citado artículo siete, cartel mecanografiado en Times New Roman que se impone al resto de los mandatos cotidianos. Por último, las dos paredes contiguas que encuadran este área protagonizado por el perímetro y la mesa, están salpicadas de fotografías, dispuestas de manera dispersa, autorreferencias a los distintos objetos ahora diseccionados en violentas fotografías que se desnudan en lo ominoso o unheimlich [7].

La segunda zona que podemos diferenciar ocupa el centro de la sala, delimitada por dos largas paredes que, una enfrente de la otra son aprovechadas para un diálogo, controvertida partida de ping˗pong. Mientras que la primera intervención que acabamos de analizar, es, nunca mejor dicho, obra de ambos, aquí las paredes muestran las obras por separado. Margarita Fernández expone una serie de dibujos y collages que tientan a la cartografía, a través del grafito va seccionando distintas sombras o rastros de ese salón: el radiador, la persiana, la textura del sofá, momentos ínfimos que pocas veces nos dedicamos a aislar, quiero decir, pensar. Por otro lado, las fotografías de Abel Jaramillo se exhiben en una distribución, al igual que los dibujos de Margarita, dispersas, pero esta vez  con los típicos marcos de las típicas casas insertando en las mismas imágenes atípicos textos que provocan ese reflexionar que Jaramillo tanto persigue a través del símbolo y el significado. Ahora sí que la referencia a Martha Rosler es evidente. Mientras que ella en sus fotomontajes House Beautiful: Bringing the War Home (1967˗1972) «apuntó ˗según Juan Vicente Aliaga˗ a los individuos más pudientes que son (…) quienes exhiben su lujo y ostentación en las revistas al uso para envidia de los desfavorecidos e incitación a la emulación en el progreso de ascenso social» [8], aquí nuestro artista re-coloca los muebles y enseres para jugar a la metáfora, para hablarnos de la insurgencia desde lo molecular, por supuesto siempre desde el piso de estudiantes. Hemos reconocido las sillas del IKEA, ¿cierto?

Por último, la tercera zona, correspondiente al extremo derecha de la sala, se distingue de las otras dos anteriores porque está presidida por una vídeo˗proyección y rodeada de los distintos muebles y enseres del salón, los protagonistas que se han ido hasta ahora y poco a poco anunciando. Debido a las características de la proyección esta zona queda en penumbra a la par que invita a acudir a la misma debido a que enfrente de la proyección se encuentra el propio sofá de nuestro salón, porque sí, ya lo hemos hecho, nuestro. El vídeo plantea una respuesta o relleno de lo que hasta ahora hemos visto en la exposición, pues nos muestra, por vez primera el espacio real que tanto se ha hipervinculado, vacío de todos esos objetos y recorridos que ya hemos visto. La detención de la cámara en ciertos recovecos, paredes vacías, baldosas, persianas, muestra un a destiempo, un contratiempo, una temporalidad descolocada, «porque sostiene Estrella de Diego si somos capaces de mirar, veremos de inmediato cómo las cosas cotidianas no paran de dar sorpresas. Sólo hace falta dejarse llevar. Sólo hace falta pasar tantas horas en el hogar para descubrir las redes, las trampas, en la tarde» [9]. Es ahí donde nos percatamos del desconchar de la pared de gotelé, del rumor de la persiana al bajar y la luz filtrada, del techo reclamando su lámpara, y todos, cada uno de estos momentos con un texto que a modo de un subtítulo mudo va estableciendo conexiones, -«Dibuja en tu mente relieves en forma de pequeñas gotas»- invitando a reflexionar estos aparentemente espacios sin significado al quedar vacíos de uso.

Completa esta tercera zona de la exposición el conjunto de muebles que deberían estar en ese vídeo, en ese salón vacío: el sofá, el televisor, las sillas, la tabla de planchar, o el árbol de navidad. Como hemos dicho, los protagonistas, pero protagonistas embalados, a punto de ser utilizados o tocados; o, por el contrario, justo después de haberlos abandonado. Todos cierran o mejor, abren el mensaje que Abel y Margarita proponen: experimentar el concepto de salón como lugar de encuentro contraponiendo sus conexiones personales con su naturaleza de «zona común» ¿Quién no ha estado (implicado) en un salón?

Para más información sobre su exposición hacer click en el siguiente enlace:

"Artículo 7". Abel Jaramillo y Margarita Fernández.



[1] Béla Tarr, Nido Familiar, 1979, minuto 1:28:10.
[2] Michel de Certeau (1986), «Introducción general» en La invención de lo cotidiano. 1. Artes de hacer, Universidad Iberoamericana, Instituto Tecnológico y de Estudios superiores de Occidente, Ciudad de México, 1999, pp. XLIX-L.
[3] Reseña de Sonia Fernández Pan en su web esnorquel.es sobre el libro de Jacques Rencière, El espectador emancipado«Rancière nos habla de un “saber de la ignorancia” porque, parafraseando a Foucault, “el saber es una posición”.  Aquí no saben los que pueden sino que pueden los que saben. Pero, si a esta ecuación se añade un alumno emancipado, lo que tenemos es alguien que aprende de su maestro lo que el propio maestro ignora. Esta sutil intromisión en la lógica pedagógica es como un paquete bomba porque se carga una de las leyes más célebres de la física y del arte: la de la causa-efecto.  La mayoría de artistas anticipan la recepción del mensaje que emiten al espectador. A este punto, un espectador emancipado sería, pues, aquel que es capaz de traducir lo que un narrador (artista) le cuenta. Y a la hora de traducir hay muchas y demasiadas injerencias personales con las que el artista no cuenta ni  puede contar. Porque la transmisión de la cultura no funciona mediante la escucha sino mediante la metabolización. Y ya se sabe que cada espectador tiene un aparato digestivo diferente»
Disponible en: http://esnorquel.es/en-busca-del-espectador-emancipado-jacques-ranciere
[4] Arthur C. Danto, La distancia entre el arte y la vida, (conferencia), Fundación ICO, Madrid, 2005, pp. 22˗23.
[5] Jacques Lacan (1964), «De la mirada como objeto a minúscula», en Libro 11. Cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Paidós, Barcelona, 1999, p. 102.
[6] «Hoy, en el capitalismo de ficción, los objetos, sus morfologías, sus vibraciones buscan seducirnos, nos reclaman para ser fotografiados, reconocidos, exhalados. Seres animados que reciben vida a través de la acción entre ellos y con los sujetos, dentro de la corriente que circula en su sistema y fuera de él, desde el deseo hasta la compra, desde la exhibición hasta la posesión». Vicente Verdú (2005), «El nacimiento de los sobjetos», en Yo y tú, objetos de lujo. El personismo: la primera revolución cultural del siglo XXI, Random House Mondadori, Debolsillo, Barcelona, 2011, p. 103.
[7] «Freud trata de resumir el plurisignificante vocablo: unheimlich es aquello que “destinado a permanecer en lo oculto ha salido a la luz». Estrella de Diego, «Lo “siniestro” y otras estrategias del terror» en Exitbook. Revista semestral de libros de arte y cultura visual, nº 13, «Miedo. Realidad y ficción», 2010, p. 104.
[8] Juan Vicente Aliaga, «Lo público y lo privado. Entrecruzamientos productivos», en AA. VV., Martha Rosler. La casa, la calle, la cocina, (cat. exp.), comisario Juan Vicente Aliaga, Centro José Guerrero, Diputación de Granada, Granada, 2009, p. 27.
[9] Estrella de Diego, “Lo “siniestro” y otras estrategias del terror”,  Exitbook. Revista semestral de libros de arte y cultura visual, nº 13, “Miedo. Realidad y ficción”, 2010, 2010, p. 105.

(...) En Construcción. Es. Estela Miguel.


Soy parecido a esos chiquillos que desmontan un despertador para saber qué es el tiempo.

Marcel Proust, citado por Roland Barthes en
Fragmentos de un discurso amoroso.


Estela Miguel. Espacios cósmicos en construcción 
y otros lugares habitados. (Detalle).


Re˗llano. Re˗encuentro. Es, Estela. Sí, sin lugar a dudas era aquella chica a quien había conocido a principios de septiembre, días antes marchar a Bilbao. Así, esbozó con su mirada un «¿te acuerdas de mí?» que, aunque inevitable, efectivamente innecesario. Estela resulta complicada de olvidar pues a pesar de aquel fugaz encuentro, ella es de esas escasas miradas fijas que cuando comienzan se quedan, ni tan siquiera titubean, y que, deseosas de leer entre líneas, parecen retar a la par que te demuestran que cuando se dirigen lo hacen con todas las de la ley, con tanta atención que te obliga a tomar en consideración cada palabra, cada entonación, cada gesto, porque apenas te enuncies ya parece haber tomado tu mensaje, por, para, sí, misma.

En aquel primer encuentro apenas si hablamos de su estancia en Brasil debido a una beca de intercambio, país del que recién regresaba. A pesar de aquellos escasos minutos mientras yo precisamente andaba en el montaje de mi exposición me dio tiempo, sí, me dio tiempo a quedarme curioso; posteriormente pregunté por ella. ¿Qué procesos e inquietudes se esconderían en aquella artista (natural de Cuenca) a quien en apenas unos minutos vi esto tan especial? Me hablaron de dibujos, animales, naturaleza… a lo que añado, añado automáticamente: domesticidad –vaya una sorpresa. 

Ahora, cuatro meses después, en aquel rellano improbable lugar de encuentro sobre todo cuando ninguno de los dos vive en el mismo edificio donde varios amigos aguardábamos a la espera de una exposición (en un domicilio particular) al comentarme acerca de su futura exposición motivo de aquella breve visita a Cuenca, pude satisfacer mi interés por un trabajo que, ni que fuera sólo por el conjunto de confluencias que se hilan a la cotidianidad del hacer en el «descoloque», al menos éstas iban a quedar latentes en ese hacer que, como no podía ser de otra manera... venía a hablar del fragmento.

También tuve mi etapa fuera, inevitablemente la empatía. La experiencia de la movilidad es un grado, o dos, algunos ya desertamos de transportar enormes obras. Transportar, mejor, nuestros grandes, inmensos mundos a ellas. Sí, es más pertinente.

«Espacios cósmicos en construcción y otros lugares habitados», vaya otra sorpresa. Y me pregunto: ¿Qué será esta necesidad de unir, «de hilar» casi siempre restos de cosas, de engarzarlas en el dichoso cosmos que todo lo adhiere y sostenerlas así como virtualmente en el plano expositivo a modo de nostalgia dilucidemos neodadaísta [1]? Es voluminoso el número de artistas y de artistas recién nacidos que en nuestros días recurren a este imaginario, que creo, e incluso muchas veces advierto, tiene su poso en la obra (de los años sesenta y setenta) del artista belga Guy Mees. A pesar de la amplia distancia en todos los aspectos, Mees sintetizaba y concretaba esta obsesión por el lenguaje, mejor, por el estiramiento de un lenguaje, siendo realmente un pionero en «dibujar el espacio» (que no en el espacio) a través de la forma, el color y sobre todo, algo a lo que me gustaría apuntar especialmente: la textura. A propósito, tuve la oportunidad en mi estancia en Barcelona de ver muchos artistas centrados en estos discursos formales y  espaciales, dos de ellos compañeros provenientes de la facultad de Bellas Artes a los que recuerdo con especial cariño: Joan Benassar Cerdà [2], Anita Veracruz [3].

Así, Estela, en la sala de exposiciones de la facultad de Bellas Artes de Cuenca nos envuelve en un conjunto de cosas o fragmentos de cosas: objetos, cerámicas, esculturas, instalaciones, dibujos… todos de pequeño formato, se entretejen y sugieren la necesidad de encontrarse ˗lo cual susceptible de una cuota de pérdida˗ en las formas orgánicas de la naturaleza: «Una vaina, una seta, frutas, piedras y crisálidas. Fragmentos de la naturaleza que me atrapan por su forma, por la ausencia de ese ángulo recto, artificial, impuesto hoy en las construcciones, en los mapas, en los objetos», sostiene. Es curioso que menciona el mapa y a la par lo recrea a través de recorridos, lógicamente pero, ¿qué es el mapa sino la insistencia en decodificar el recorrido?, ¿qué es el recorrido sino una experiencia sobre el espacio?

Estela, a través de formas que recuerdan eso, vainas, pero también conchas, corales, formaciones rocosas, moluscos, ramas, plumas (y todo tipo de preciosistas anécdotas de la naturaleza) ha transformado, y ha transformado la escala de este espacio expositivo: es ahí donde simbólicamente nos hace penetrar el mapa. Recurso popular, ¿qué más añadir acerca «de la necesidad de mapas» [4] o de las «cartografías contemporáneas» [5]? Comprendemos ese interés hoy por encontrar en mayúsculas la ubicación. Precisamente un artista, Mateo Maté, afirmaba que hoy nuestros entornos como cartografías indescriptibles en las que lo íntimo y lo social se disuelven sugieren un renovar la experiencia, la intuición en detrimento del uso funcional o lógico de los objetos [6]. Así, recuerdo (me es inevitable) alguna de las letras de Vainica Doble: «Escucha las melodías que canta el agua por las cañerías, pregunta por qué suspira la olla exprés al fuego cada día» [7]. De hecho, Estela se deshace de todo objeto y por tanto de todo sujeto, según ella, «evitando toda presencia humana, donde la forma orgánica, el mundo natural se apropia del espacio».

Pese a la influencia de Mees sobre todo en la configuración fragmentaria del espacio, las estructuras de Monique Bastians parecen ser su punto de referencia «deliberado» a la hora de crear. Los procesos naturales y biológicos, los insectos y las plantas, estas envolturas gigantescas que son las esculturas de la artista (también) belga, sí que tienen que ver con esta recurrencia a ˗seleccionemos dos de sus elementos, figuras más reconocibles˗ la concha y la vaina. ¿Qué son éstos si no espacios para guarecerse o reposar?, ¿no son espacios donde ese ser pequeño, locuelo, crece, se nutre y germina? No es gratuita la inclusión del «habitar» en el título de su proyecto. Y aunque combina sus creaciones o construcciones en papel (collages) con diferentes texturas, colores y elementos «salientes», como sus cerámicas, las cuales ha dispuesto alrededor de toda la sala, coloca en el centro, en el suelo, un círculo encadenado que ha conformado con esculturas pequeñas en barro, contiguas, que emulan un próximo florecer y recalcan aún más la necesidad de germinar, aludiendo simbólicamente a la vida y sus rotaciones cíclicas. Esta fuerza rotativa hace inmiscuirnos desde muchos puntos de vista dentro de esta sala que, aunque pequeña, cuadrada, ha conseguido por unos momentos romper con el recorrido tipo.

Algunas de las obras sobre papel no son ajenas a Cy Twobly (véase la imagen con la que comienzo este escrito) en cuanto que dejan entrever su interés por el signo, la insistencia, su ensayo, su error, su desorden, a través del lápiz, que posteriormente enlaza con sus figuras en color pintadas con gouache, acrílico o acuarela. Así este cosmos cobra fuerza y juega, con los recorridos que acabamos de citar, con este deseo de orden. Precisamente en uno de los textos del catálogo de la exposición de Rosemarie Trockel, Un cosmos (2012) encontramos una definición convincente: «Los pensadores presocráticos emplearon el término cosmos, que en griego clásico denotaba el orden. Sin embargo, su sentido original ha pasado a las lenguas modernas como “el conjunto de las cosas creadas” o en su acepción más popular, como referencia al universo o al espacio exterior» [8].

Y es posible que en ese viraje semántico (del orden al espacio) se halla la pertinencia de su uso a día de hoy, en un momento en que la interfaz es residencia y define (de hecho, constantemente) dentro y fuera, realidad y representación, y ¿cómo no?, lo artificial y lo orgánico, la pauta y el diálogo, el borde y las salidas de ese borde.

Enlace a su web: http://estelamiguel.com/




[1] Recalcar el uso de este término como evidencia del reciclaje de ciertos símbolos de la que es considerada revolución incompleta. «Sea cual fuere su eficacia para un público necesariamente restringido, esos gestos singulares (el proceso de devaluación de la obra, refiriéndose a menudo y de manera explícita a Duchamp) que han sido interpretados como una burla a los altos valores de la creación artística, no pueden ocultar que fueron la continuación, o la recuperación, y sobre todo la transformación del proceso histórico de devaluación de la obra emprendido por el dadá. El primer manifiesto dadá de Berlín (1916) declaraba: la palabra DADÁ simboliza la más primitiva relación con la realidad circundante; con el Dadaísmo adquiere carta de naturaleza una realidad nueva»Jean-Françoise Chevrier, El año 1967. El objeto de arte y la cosa pública. O los avatares de la conquista del espacio, Brumaria 27, Madrid, 2013, p. 19.
[2] Aquí las imágenes de su exposición en Halfhouse, Barcelona, en 2013: http://www.halfhouse.org/joan-bennassar-cerdagrave.html
[3] A continuación la web de Anita Veracruz: http://anitaveracruz.tumblr.com/
[4] Fredric Jameson (1984), El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado, Paidós, Barcelona, 1991.
[5] La exposición colectiva Cartografías Contemporáneas. Dibujando el pensamiento organizada por la Caixa Forum fue llevada a Madrid y Barcelona en 2012.
[6] Reseña de la exposición Universo Personal de Mateo Maté. En <http://www.museoreinasofia.es/exposiciones/mateo-mate-universo-personal> (consultado 06-09-2014).
[7] Vainica Doble, La cocinita mágica, canción perteneciente a su álbum El eslabón perdido, 1979.
[8] AA. VV., Rosemarie Trockel. Un cosmos, (cat. exp.) Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Madrid, 2012, p. 9.

Pase, Pero Sin Llamar. Mi Casa Es Tu Casa.


Si alguien tenía que salvarme, prefiero que haya sido usted.
Parece una virgen bizantina. Usted le sentará bien a mi vida.

Christiane Rochefort, 1958.


Fotografía del encuentro. V. Turégano.


Una invitación por parte de Samir Delgado al proyecto  Pase sin Llamar. Red de casas creativas (ver en Las Noticias de Cuenca) ha recapitulado trazas de mi recorrido desde otro punto de vista en el que teoría, práctica y aspavientos, quedan reunidos en un salón, en una posición. Definida como conferencia, más bien tendió al recital: una presentación que constaba del siguiente texto narrado por mi persona al tiempo que mostraba imágenes de artistas que trabajan la domesticidad.

Extracto de la presentación:



Bienvenido.

Pase, sin llamar.

Mi casa es tu casa.

Adelante, no seas tímido.

Si cuando nacemos, es del cuerpo de otro, si cuando vivimos, lo hacemos juntos, si necesitamos de la suave atadura, el lazo, el regazo, ¿cuál es la cualidad primaria de la humanidad?

¿No es la acogida, aceptación, inclusión… acaso lo imprescindible de nuestra manera de habitar como seres sociales y en tránsito?

La idea de hospitalidad como precisamente «esencia de la humanidad» estudiada por la psicoanalista, filósofa, escritora búlgara Julia Kristeva, nacionalizada francesa y fervientemente «acogida» en los Estados Unidos de América no deja de rondar así mis preocupaciones.

Y esto porque de hecho siempre partimos de nosotros mismos, en las empresas menos imprevistas «nuestra huella marca lo que hacemos, siempre yo, siempre nosotros».

Somos inevitables a nosotros mismos, por eso los traslados cuestionan el Ser mientras quien no se mueve o mejor, cree no necesitar moverse se ficciona y Es y pertenece a un mismo e inamovible escenario por defecto.

He resuelto eliminar el «ser» para dejarlo «estar».

Después de muchos traslados, no sólo físicos sino psíquicos a través de las personas que me abrieron sus puertas, lo que realmente me motiva a comunicar es esta «experiencia de la movilidad del mundo contemporáneo», en palabras de Nicolas Bourriaud, porque siempre nos estamos moviendo.

Así, la idea de hogar, lugar de fuego, fuero interno, lumbre, encuentro, me ha venido circundando precisamente por… por no querer enfriar mis energías, mis ganas.

Si la creación parte de vida y se afirma en el aportar otros puntos de vista, «de comunicar a los demás otra forma de ver el mundo», según el artista británico David Hockney, mi intención ha sido no traducir sino re-experimentar, afirmar la experiencia en el entorno doméstico desde la práctica creativa o si lo preferimos artística,  a mi modo de entender disuelta en vida, resultando lo mismo.

Así, este «Pase Sin Llamar» es el momento idóneo donde resolver esta necesidad creativa, por tanto comunicativa, ¿qué mejor lugar desde donde ejercer esta hospitalidad, dar la bienvenida, que la propia casa?

Comencemos nuestro viaje, chicos, comencemos la visita pues.

Anfitrión e invitado, dos condiciones, un mismo estar-juntos.

Primera parada

El portón, pero antes el timbre.

Lugar donde identificarnos y momento que precede al encuentro.

La magia entre la alarma y el saber. «¿Quién es?»

Una vez en el rellano, junto a la puerta, la mirilla como ojo vigilante que controla convoca un avistamiento que resguarda del equívoco, o incluso más, de una posible visita, envenenada.

Qué, quién, cuánto se esconde tras la mirilla.

Siempre en la puerta, tentadora, aunque en el fondo sabes que inofensiva, se impone, se impone malamente.
Pero hoy es diferente, todo apunta a que pases sin llamar, porque, porque… la puerta está entreabierta.

Segunda parada.

Mientras, o una vez abierta la puerta, observamos, rozamos, bajo nuestros pies, el felpudo, situado entre lo doméstico y lo salvaje.

Pasamos su criba, inscribimos en él lo que traíamos para limpiarnos por educación, sin mucho interés, purgarnos.

El felpudo es el índice de la casa que representa así te frotes más o menos en él.

Casi siempre impone una bienvenida, y casi nunca le contestamos como es debido, aún así, el felpudo es algo especial,

Ser privilegiado, único enser de la casa fuera de la casa.

Nadie, pero nadie, nadie, nadie lo roba.

Tercera parada.

Cruzando, la casa se abre al pasillo más o menos amplio, al recibidor, o al sofisticado hall, alguna maceta, algún espejo en el que identificarte en ese «otro» sitio, sitio del otro, sitiado otro, la morada, del anfitrión.

Espacio de tránsito, es ya seguro pero aún incierto, depende de la situación de las puertas de las contiguas habitaciones, de los animales de compañía, la luz, y de sus injusticias.

Cuarta parada.

El salón.

Los bailes de tu salón.

Con excepción del pasillo reservado para que aguarden la visita efímera de rigor, como mucho el técnico o el mensajero, es diáfano y por excelencia el espacio común de reunión en que los encuentros, en donde se «toma» algo.

El televisor, hoy denostado, como mueble reinante preside un espacio consagrado a los muebles más dignos de la casa, a la chimenea en su caso, y por supuesto al sofá, estructura de comodidad, cama auxiliar en caso de disputa.

El salón resulta en función de su apertura más o menos acogedor, en mi casa por ejemplo está siempre vacío, vacío de gente, al ser enorme y de tanto, frío, además… no hay televisor.

Sin  más remedio que aguarden ahí, las sillas, la mesa, conforman el decorado del encuentro y toma de decisiones, campo de operaciones.

Estructuras que completamos con nuestros cuerpos, al enfundarse en modo de mudanza consiguen expulsar su hálito siniestro, mesas y sillas, salón abandonado, cuarteto de fantasmas.

Quinta parada.

Aunque al salón se accede no con demasiados reparos, la cocina es un espacio más restringido.

Fábrica de maquinaciones, en ella se transforman las energías necesarias para nuestro organismo mediante un arsenal de acero inoxidable y teflón.

«No hay sordidez que impida trocar en mágico lo rutinario, no hay almirez que olvide mezclar el ajo con lo extraordinario». Decían las Vainica Doble.

Pero el salón no se entiende sin la cocina, si invitamos a alguien es  para algún consumo, a menudo si el invitado se excede puede acompañarnos en un «yo te ayudo con lo que sea» aunque lo niegues, terminantemente.

Una vez allí, lamentas su limpieza, aún hoy sigue siendo popular la tele en ella incrustada, y por ende, aquellos programas no tan elevados como los bailes de salón y en pantalla HD.

Bien animales, criaturas de hábito según los califica la artista Rosemarie Trockel, bien plantas, la cocina es un transformador.

Puede que lo que allí se cocine guste, pero de ello se hablará en el salón, o a lo sumo en la mesita auxiliar, campo de batalla instantánea, mata gusanos.

Mesas y sillas, refrigerador y ventilador, aspersor y microondas, los asuntos más chocantes, las guerras y los negocios, de ellos son testigos.

Y del olor.

Sexta parada.

Si el invitado pasa más tiempo de la cuenta llegará un momento en que concurra al siguiente estadio, cuestión biológica.

En el baño, lavabo, servicio, WC, nos encontramos con nuestro cuerpo, es un espacio radicalmente diferente, unipersonal, nos devuelve a nuestras necesidades más internas.

Precisamente por esta razón, aquello que allí pasa ha de considerarse relevante.

El papel higiénico nunca jamás está en su sitio, la tapa levantada o no, define y diferencia dos tipos de personas.

Los pelos, vestigios, indiscretos, son la prueba de que por allí pasamos, indiscriminadamente se afirman en cada rincón.

El jabón, si es pastilla de jabón, es un curioso mezclador, manualidad, oración compartida y demasiado compartida.

El frío en el baño nos conecta con la energía y la gestión de la energía de la propia etimología del  hogar, y puede ser desagradable para la desnudez.

Nunca entendí la ducha compartida, el embellecedor en el radiador.

Y, ¿qué decir del selfie frente al espejito mágico o nuestra angustiosa relación con la escobilla y las impurezas en la taza del retrete?

Séptima parada.

Durante este paseo, durante este «ven, que te enseño la casa» no proclamado, el pasillo nos lleva a determinadas imágenes, fotos, heráldica, recuerdos familiares, aperos y utensilios de limpieza, puede que incluso hayan vanos que jamás sepamos dónde conducen.

Y es apasionante.

El balcón o el patio, el jardín o la piscina, se convierten en anexos privilegiados donde hogar coincide plenamente con comodidad. Con, relax.

Pero nos queda alguna estancia fundamental, al margen, si la hay, de la habitación de los niños.

Octava y penúltima parada.

Dormitorio. A pesar del baño, el dormitorio es el máximo nivel de intimidad de la casa.

En él la cama, cualquier tipo de cama, con sus medidas reglamentarias afirma cómo nos acostamos, si estamos casados o la hacemos cada día.

La almohada, desgastada de intenciones, sudoraciones, propósitos y dolores, presencia el momento más vulnerable de nuestro día a día aparte del baño, por supuesto.

El tránsito, el cambio de estado: de conscientes a inconscientes, de despiertos a dormidos.
Dormir, bebé. Dormir como un bebé.

La habitación si bien es la estancia que más personalizamos, compartida, vaya una gestión.
Es el extremo, último pero también el primero para el amante, según urgencias.

El armario, con sus hábitos, es la recámara de nuestros gustos, donde nos ataviamos, nuestro corte transversal que deja al descubierto estratos.

La mesilla, la lámpara, la cómoda, el escritorio, configuran el entorno propicio a una orquestación que a menudo impregna sus «energías» en los pliegues de las sábanas, cartografías efímeras de nuestra corporeidad.

Ya sólo me toca poner en marcha el violín.

La habitación, sabemos, existe porque necesitamos un techo, un lugar que nos cubra, donde principalmente dormir, la madriguera, el refugio, el calor.

Se alquilan y se empiezan alquilando habitaciones.

No hay nada que suene mejor.

Quédate, quédate a dormir.

Última parada.

La revuelta, casa.

Tras la visita, el recorrido invertido nos ha hecho tomar conciencia de que aunque esa, según el anfitrión, es nuestra casa, «a cada pajarillo le parece bien su nido».

Sin embargo, conformar un nido requiere mobiliario, recursos, es cada vez más portátil la experiencia del nido, aquellos suecos rubitos lo saben en la sociedad de la movilidad, aceleración, ascensores, en la sociedad de lo espectacular integrado.

Y así, en este discurrir uno se encuentra de nuevo inevitablemente (porque puede evitar pasar por otras zonas de la casa) con el felpudo, convertido en mapa, en alfombra y ubica, a modo de GPS dice donde has estado, conoces el camino.

Felpudo que se despide en tus pies posiblemente quedando en él la mierda que llevarías  de fuera, por tanto, has quedado limpio y ese hogar ha quedado libre de trasladarse.

A veces al entrar hay que descalzarse.

Se cierra la puerta, bajas al portal.

No recuerdo el mapa, debo regresar, regresar a mis entrañas.

Pero vuelve, vuelve, cuando quieras.

Mi casa es tu casa.