Si cambiamos la conciencia, la realidad puede cambiarse desde dentro. Implicar a la conciencia es, a la postre, la manera de eliminar la distancia entre el arte y la vida.
Arthur
C. Danto, 2005.
Abel Jaramillo y Margarita Fernández. Artículo 7. Vista de la instalación (fragmento). |
Don Abel y Doña Margarita firmaron un contrato. Según la ahora célebre cláusula, el artículo número 7, «Los arrendatarios no podrán realizar en la vivienda arrendada ninguna obra sin que previamente y por escrito sea autorizado por el arrendador. Los arrendatarios quedan obligados al mantenimiento y conservación, y responderán así mismo de los deterioros de muebles y enseres».
Historia cercana en
cuanto que casa, casa con aquello que nos rodea, pues sí, en algún momento de
nuestra vida nos toca firmar. Reafirmar, casa. Salón. De hecho, a menudo lo
estamos haciendo.
Y tanto, tanto que se firma de manera cotidiana, tanto ˗nuevamente˗ que no sabemos ya qué
lleva ese sello tan personal y qué no. Antes de la firma emerge la palabra
pronunciada y raptada por el viento mientras en el pensamiento era propiedad, y
sí… la firma se ha convertido en acepto,
suscribo. Hipervínculo.
Es nada, unos
segundos, y a la vez condena; sagradas y malditas, malditas escrituras de la
casa. Moscas, la casa. No es más que un gesto aprendido en la infancia, escogido de entre el surtido de garabatos, pero repetido constantemente y después normalizado
para atestiguar, reafirmar, y por supuesto serializar. En el sentido sobre todo
de hacerse serio, claro. Claro.
Abel y Margarita, naturales de la provincia de Badajoz y estudiantes del cuarto curso del grado de Bellas Artes de la UCLM, como
otros tantos hemos hecho alguna vez, han alquilado un piso. Con lo que conlleva de estreses y de conquistas, hasta que el piso de estudiantes se asienta. La conquista del salón es determinante entre compañeros, quien pase más tiempo allí, quien eleve más la tele, quien deje sus cosas a reposar día y noche, se hará con él. Es una conquista. Zona común. «Si consiguiera un
piso sería maravilloso. No me importaría dormir en el suelo de madera o piedra,
o de lo que sea. Sería genial. Y… bueno, no sé. Estaría tan feliz que no sabría lo que hacer» [1],
afirmaba la protagonista de Nido familiar,
(1979) el film del cineasta húngaro Béla Tarr. ¿Nos suena? ¿verdad? Claro que
sí, la casa es un derecho, lo dice el derecho y tenemos derecho a una vivienda
digna. Dignidad afirmada por artistas como
por ejemplo Martha Rosler (If you lived
here, 1993) o Jesús Palomino (Abandonated
Mattress, 2013) en sus obras y tantos otros artistas e investigadores que actualmente estamos trabajando con la experiencia del hogar. Hoy observamos
cada vez más mermado el acceso a la vivienda, lo cual provoca
un replantear del qué quiero y puedo hacer al margen de los surcos labrados por generaciones anteriores, en definitiva aquellas podían elegir el tipo vida a vivir. (A propósito el vídeo de Ana Esteve Reig, Futuro inmediato, 2012, clicar aquí).Todo uno da por hecho cosas (sostuve en un artículo anterior) que le
rodean, le acomodan, no tiene que pensar en ellas; pero es el otro, desde su posición carente y ˗según el filósofo Michel de
Certeau˗
sin lugar propio, aquel que ha de ingeniárselas, «hacerse valer de tácticas» [2]
y apostar los medios a su alcance para «escamotear», en definitiva ganar tiempo
a la estructura y por tanto sobrevivir, puesto que «lo que gana no lo conserva».
Y de conservas estamos
hablando cuando Abel Jaramillo y Margarita Fernández nos están señalando algo, no sabemos bien, desde ese cartel de la exposición. ¿Es una implicación política? Mientras hay vida hay política. ¿Es una reivindicación? Sí, ¿pero de qué? Esa cláusula elevada a
cartel nos extraña y nos conecta, y es porque, tal cual, han hecho aplicable
la experiencia subjetiva del creador pero, ¿a quién? … ¿al espectador emancipado? [3].
Un acto de traslación (de lo privado a lo público) que viene a ser la esencia de todo acto
comunicativo, y además, limando asperezas, esteticismos o, lo que es lo mismo: obstáculos. Regreso por lo tanto al «implicar a la
conciencia» [4] propuesto por Danto, norte
al que señalar al enfrentar el acto comunicativo, quiero decir, creativo.
Un enchufe, el mando
del televisor, las llaves, un martillo, el sofá… todos enseres conocidos y de
tan rutinarios, desapercibidos; pero ahí están. «¿Ves aquella lata? ¿La ves? Pues bien, ¡ella no te ve!» [5],
resumía Jacques Lacan en uno de sus seminarios su teoría de la mirada. Sí, todos esos objetos están,
por esta vez, además, en primer plano. No nos reclaman nada, no vienen a
hablarnos nada más que de ellos mismos, es todo y muchísimo, y se nos presentan, se nos afirman.
Desde aquí, sólo asociar. Veamos qué extraemos.
La sala (sala-salón) se ha
dividido en tres áreas más o menos de un espacio similar y formalmente diferenciadas
que albergan, para que de primeras nos entendamos, una serie de intervenciones en el
espacio y/o instalaciones que responden a un ejercicio conceptual a partir de
esta cláusula que a modo de juego conecta el salón con la obra, (¿No se pueden
hacer obras en la casa? ¡Verás tú como sí!) con la conversión del propio salón de la
casa en una obra, una obra digna por consiguiente de decorar el más majestuoso salón.
La primera zona se
sitúa en el tercio izquierda según accedemos dese la puerta de la sala. En él
observamos en el suelo el perímetro que ocupa el salón del contrato de Abel y
Margarita, dibujado (o delimitado) a escala 1:1 con cinta adhesiva (precinto). ¿Dibujar
o delimitar su salón? Dibujo y límite, sinónimos que el propio medio ha
limitado, a la par que imitado. Sobre el hueco de este perímetro se erige una
mesa con una serie de objetos inventariados en los que ellos en su naturaleza conviven con sus
representaciones, fotografías y anotaciones en un mapa conceptual escrito con
lápiz y relleno de anécdotas, post˗its
que revelan la historia concreta, enamoramiento o afecto no hacia ellos, sino hacia la historia vivida con ellos objetos. Son entre sujetos y objetos, sobjetos, como los denomina el escritor Vicente
Verdú [6].
En la pared de esta parte de la sala observamos un cartel que a modo de
pancarta nos alumbra la omnipresencia del citado artículo siete, cartel mecanografiado en Times New Roman que se
impone al resto de los mandatos cotidianos. Por último, las dos paredes contiguas
que encuadran este área protagonizado por el perímetro y la mesa, están
salpicadas de fotografías, dispuestas de manera dispersa, autorreferencias a
los distintos objetos ahora diseccionados en violentas fotografías que se
desnudan en lo ominoso o unheimlich [7].
La segunda zona que
podemos diferenciar ocupa el centro de la sala, delimitada por dos largas
paredes que, una enfrente de la otra son aprovechadas para un diálogo,
controvertida partida de ping˗pong.
Mientras que la primera intervención que acabamos de analizar, es, nunca mejor
dicho, obra de ambos, aquí las paredes muestran las obras por separado.
Margarita Fernández expone una serie de dibujos y collages que tientan a la cartografía, a través del grafito va
seccionando distintas sombras o rastros de ese salón: el radiador, la persiana,
la textura del sofá, momentos ínfimos que pocas veces nos dedicamos a aislar,
quiero decir, pensar. Por otro lado, las fotografías de Abel Jaramillo se
exhiben en una distribución, al igual que los dibujos de Margarita, dispersas,
pero esta vez con los típicos marcos de
las típicas casas insertando en las mismas imágenes atípicos textos que
provocan ese reflexionar que Jaramillo tanto persigue a través del símbolo y el
significado. Ahora sí que la referencia a Martha Rosler es evidente. Mientras
que ella en sus fotomontajes House
Beautiful: Bringing the War Home (1967˗1972) «apuntó ˗según Juan Vicente
Aliaga˗
a los individuos más pudientes que son (…) quienes exhiben su lujo y ostentación
en las revistas al uso para envidia de los desfavorecidos e incitación a la
emulación en el progreso de ascenso social» [8],
aquí nuestro artista re-coloca los muebles y enseres para jugar a la metáfora,
para hablarnos de la insurgencia desde lo molecular, por supuesto siempre desde el piso de estudiantes. Hemos reconocido las
sillas del IKEA, ¿cierto?
Por último, la tercera
zona, correspondiente al extremo derecha de la sala, se distingue de las otras
dos anteriores porque está presidida por una vídeo˗proyección y rodeada
de los distintos muebles y enseres del salón, los protagonistas que se han ido
hasta ahora y poco a poco anunciando. Debido a las características de la
proyección esta zona queda en penumbra a la par que invita a acudir a la misma
debido a que enfrente de la proyección se encuentra el propio sofá de
nuestro salón, porque sí, ya lo hemos hecho, nuestro. El vídeo plantea una respuesta o
relleno de lo que hasta ahora hemos visto en la exposición, pues nos muestra,
por vez primera el espacio real que tanto se ha hipervinculado, vacío de todos esos objetos y recorridos que ya
hemos visto. La detención de la cámara en ciertos recovecos, paredes vacías,
baldosas, persianas, muestra un a
destiempo, un contratiempo, una temporalidad descolocada, «porque ‒sostiene
Estrella de Diego‒ si somos
capaces de mirar, veremos de inmediato cómo las cosas cotidianas no paran de
dar sorpresas. Sólo hace falta dejarse llevar. Sólo hace falta pasar tantas
horas en el hogar para descubrir las redes, las trampas, en la tarde» [9].
Es ahí donde nos percatamos del desconchar de la pared de gotelé, del rumor de
la persiana al bajar y la luz filtrada, del techo reclamando su lámpara, y todos, cada
uno de estos momentos con un texto que a modo de un subtítulo mudo va
estableciendo conexiones, -«Dibuja en tu mente relieves en forma de pequeñas gotas»-
invitando a reflexionar estos aparentemente espacios sin significado al quedar
vacíos de uso.
Completa esta tercera zona de la exposición el conjunto de muebles que
deberían estar en ese vídeo, en ese salón vacío: el sofá, el televisor, las sillas, la tabla de
planchar, o el árbol de navidad. Como hemos dicho, los protagonistas, pero protagonistas embalados, a punto de ser utilizados o tocados; o, por el contrario, justo
después de haberlos abandonado. Todos cierran o mejor, abren el mensaje que
Abel y Margarita proponen: experimentar el concepto de salón como lugar de
encuentro contraponiendo sus conexiones personales con su naturaleza de «zona común» ¿Quién no ha estado (implicado) en un salón?
Para más
información sobre su exposición hacer click en el siguiente enlace:
"Artículo 7". Abel Jaramillo y Margarita Fernández.
"Artículo 7". Abel Jaramillo y Margarita Fernández.
[1] Béla Tarr, Nido Familiar, 1979, minuto 1:28:10.
[2] Michel de Certeau (1986), «Introducción general» en La invención de lo cotidiano. 1. Artes de
hacer, Universidad Iberoamericana, Instituto Tecnológico y de Estudios superiores de Occidente, Ciudad de México, 1999, pp. XLIX-L.
[3] Reseña de Sonia Fernández Pan en su web esnorquel.es sobre el libro de Jacques Rencière, El espectador emancipado. «Rancière nos habla de un “saber de la ignorancia”
porque, parafraseando a Foucault, “el saber es una posición”. Aquí no
saben los que pueden sino que pueden los que saben. Pero, si a esta ecuación se
añade un alumno emancipado, lo que tenemos es alguien que aprende de su maestro
lo que el propio maestro ignora. Esta sutil intromisión en la lógica pedagógica
es como un paquete bomba porque se carga una de las leyes más célebres de la
física y del arte: la de la causa-efecto. La mayoría de artistas anticipan
la recepción del mensaje que emiten al espectador. A este punto, un espectador
emancipado sería, pues, aquel que es capaz de traducir lo que un narrador
(artista) le cuenta. Y a la hora de traducir hay muchas y demasiadas
injerencias personales con las que el artista no cuenta ni puede contar.
Porque la transmisión de la cultura no funciona mediante la escucha sino
mediante la metabolización. Y ya se sabe que cada espectador tiene un aparato
digestivo diferente».
Disponible en: http://esnorquel.es/en-busca-del-espectador-emancipado-jacques-ranciere
Disponible en: http://esnorquel.es/en-busca-del-espectador-emancipado-jacques-ranciere
[4] Arthur C. Danto, La distancia entre el arte y la vida, (conferencia), Fundación ICO, Madrid, 2005, pp. 22˗23.
[5] Jacques Lacan (1964), «De la
mirada como objeto a minúscula», en Libro
11. Cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Paidós, Barcelona,
1999, p. 102.
[6] «Hoy, en el capitalismo de
ficción, los objetos, sus morfologías, sus vibraciones buscan seducirnos, nos
reclaman para ser fotografiados, reconocidos, exhalados. Seres animados que
reciben vida a través de la acción entre ellos y con los sujetos, dentro de la
corriente que circula en su sistema y fuera de él, desde el deseo hasta la
compra, desde la exhibición hasta la posesión». Vicente Verdú (2005), «El
nacimiento de los sobjetos», en Yo y tú,
objetos de lujo. El personismo: la primera revolución cultural del siglo XXI,
Random House Mondadori, Debolsillo, Barcelona, 2011, p. 103.
[7] «Freud trata de resumir el
plurisignificante vocablo: unheimlich es aquello que “destinado a
permanecer en lo oculto ha salido a la luz». Estrella de Diego, «Lo “siniestro”
y otras estrategias del terror» en Exitbook. Revista semestral de libros de
arte y cultura visual, nº 13, «Miedo. Realidad y ficción», 2010, p. 104.
[8] Juan Vicente Aliaga, «Lo
público y lo privado. Entrecruzamientos productivos», en AA. VV., Martha Rosler. La casa, la calle, la cocina, (cat. exp.), comisario Juan Vicente
Aliaga, Centro José Guerrero, Diputación de Granada, Granada, 2009, p. 27.
[9] Estrella de Diego, “Lo “siniestro”
y otras estrategias del terror”, Exitbook. Revista semestral de libros de
arte y cultura visual, nº 13, “Miedo. Realidad y ficción”, 2010, 2010, p.
105.